jueves, agosto 15, 2013

El paredón de Zanzíbar - Cuento corto de "Cuentos cortos de un viajero sin voz ni voto"

No me pregunten donde, pues al no tener ni voz ni voto, prefiero olvidar los nombres que recuerdo e inventar los lugares en los que no he estado, con tal de que nadie se espante de su propio poblado.
He recorrido el mundo y he conocido cosas que ni los nacidos y criados vieron en toda su vida, algunos lo sabían, como una comadre sabe de inspecciones espaciales; otros lo suponían, como suponen los astronautas los chismes del barrio.

Lo cierto es que de habladuría en habladuría el que sabe la verdad es tratado como el loco del pueblo, y nadie lo escucha y el que lo escucha se ríe de él y de esa capacidad infinita de inventar estupideces…

El paredón de Zanzíbar
Perplejo el usía ante un esqueleto limpio de carne acodado en un zaguán, no sabía qué hacer más que mandar a analizar los algos que encontraran los oficiales que bromeaban por lo bajo creyendo que este suceso, no era más, que la broma de algún muchachón estudiante de medicina.
En un primer momento (a pesar de la repercusión que tuvo en los diarios digitales amarillistas del mundo) no se tomó el caso muy en serio. Hasta que tres días después que encontraran el esqueleto cuando una joven mujer de buen porte hiciera la denuncia en la policía que su marido había desaparecido tres noches atrás.
Es conocido el machismo policial en todos lados, por eso es que las fuerzas de seguridad siempre tienen alguna mujer que se dedica a escuchar a quienes tienen problemas.
La oficial pidió que se compare una muestra del ADN del esqueleto con la del hombre desaparecido y tristemente, coincidió.
Lo que parecía entonces ser un caso sin importancia pasó a ser un horrendo asesinato que debería ser develado si o si, cueste lo que cueste. Por esto corrieron de la investigación a la mujer y pusieron a un viejo investigador que olía a tabaco y ron.
Mientras la investigación avanzaba sin rumbo fijo y a la deriva, la oficial contenía a la pobre viuda asegurándole día tras día, que el viejo inútil y borracho seguro encontraría a quien tomó la vida de su esposo.
Aparentemente el invierno estaba lejos de su ocaso y el frío de la incertidumbre y el miedo de los habitantes comenzaba a exagerarse con cada día que pasaba y había un no por respuesta.
La conmoción amarillista llegó a su cenit cuando el 30 de febrero encontraron en otro zaguán, el esqueleto de otro hombre completamente pelado y sin un rastro de carne.
Los diarios titulaban Caníbales sueltos en Zanzibar, No dejes que te tomen el brazo, pues te comerán hasta los codos, ¡Cuidado! Come-hombres suelto… Las informaciones falsas y verdades corrían como reguero de pólvora. Cada vecino o transeúnte juraba haber visto, haber escuchado, haber sentido, haber estado, pero al cruzar las informaciones nada tenían que ver una con otra. La cosa empeoró cuando se ofreció una recompensa de medio millar de canelones para quien diera datos certeros de los hechos. ¿Quién no desea medio millar de canelones para su casa?
El viejo investigador no soportó la presión de no saber si quiera que estaba pasando y murió de un ataque al corazón mientras tocaba la mandolina en un carrusel. Decía que esto lo ayudaba a pensar.
La oficial quiso tomar el caso pero por supuesto la corrieron y pusieron en lugar del atabacalado viejo a un joven púber que recién entraba en la fuerza, sobrino de un comisario.
El primer paso que dio el muchacho fue pedir que si alguien había perdido algún ser querido que pudiera ser ese esqueleto que por favor haga la denuncia, idea a primeras vistas zonza, pero que en segundas nupcias comenzó a dar frutos.
Comenzaron a caer denuncias de todo tipo de desapariciones, incluyendo las de las tortugas  de las islas Galápagos.
A la semana se encontraron en diez zaguanes distintos en distintos puntos de la ciudad, diez esqueletos distintos pelados del mismo horrorífico y macabro modo.
El joven sintió un tanto de culpa, sobre todo cuando se enteró que uno de los cadáveres era un magnífico ejemplar de tortuga de unos ciento cuarenta años de edad.
Los diarios metían presión, la alcaldía exigía respuestas, y la población en general no salía de sus casas.
Los esqueletos encontrados, excepto el de la tortuga, correspondían a hombres menores de cuarenta años y mayores de veintiuno. Después de eso, y según las investigaciones nada más tenían que ver el uno con el otro, nacionalidad, color, gustos, sexualidad, ex parejas, amantes… nada.
A partir de ese día los hombres que mediaban esa franja etaria se quedaban en sus casas, y el que no, aparecía al otro día en cualquier zaguán de la ciudad devenido en esqueleto.
Sucedió que a quien habían puesto a cargo de la investigación era un hombre joven, el cual fue hallado en un zaguán tres noches después de una luna nueva.
Temerosos los hombres del cuartel por salir a las calles a patrullar de noche, no les quedó otra que enviar a la mujer a rondar por las callejas de la ciudad.
La presión de la Nación se hizo sentir cuando en poblados cercanos se supo que los hombres de Zanzibar no salían por las noches, por lo que quienes vivían en lugares cercanos temían que estas bestias de los rincones se desparramaran por la nación buscando nuevas víctimas y carne fresca.
Las fuerzas armadas de la nación tuvieron que intervenir y sufrieron aún más bajas que el ejército del Imperio Persa cuando luchó contra los trescientos espartanos.
Los jóvenes de Zanzibar se fueron acabando, y poco a poco la franja etaria comenzó a expandirse hasta que alcanzó a los ancianos y a los niños.
Para el 31 de abril en la República de Mologote, alejado de la situación, leía en diarios de internet como la nueva Alcaldesa de Zanzibar, ex oficial de policía, nombraba a su ciudad como la nueva República para la mujer, un paraíso sin frutos prohibidos, donde son todos bienvenidos, especialmente los jóvenes muchachones de entre veinte y cuarenta años.

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