miércoles, octubre 29, 2008

Palabras de un Tirano -- Cuento

Me dicen a mi, te das cuenta? A pesar de haber pasado tanto tiempo de mi muerte, me siguen diciendo a mi asesino, cruel, despiadado, manipulador y no sé cuantas otras cosas más, miran al pasado y me juzgan como si sólo yo fuera el responsable de todo esto, y sin embargo ellos, que están vivos, que juegan con las vidas de las gentes como si fueran simples piezas de ajedrez creyéndolos a todos sus peones. Urgan en los bolsillos de las gentes y escriben la historia como les dá la gana, reconozco haber sido despiadado, pero era un momento en que la piedad era considerada debilidad y no fortaleza, y cualquier movimiento que uno hiciera para acercarse al suelo y oler una flor era motivo para sentir el hierro entrando en el costado y morir desangrado en la hierba fresca con el rostro en el piso sin siquiera mirar el cielo por última vez. Porque gente como nosotros después de muertos no veremos más el cielo, nacimos condenados al caos, y en el caos el cielo no existe. En la época de mis dominios no había todas esas utopías hermosas que existen hoy en día, derechos humanos, protección a los niños, libertad de expresión, igualdad... Claro que ahora nada de eso pasa realmente, quien tiene el poder digita qué es lo que sucede con el resto de las gentes, donde es que se aplican los derechos humanos, cuando es que se acaricia, con qué es con que se golpea, quienes son los terroristas y quienes son los héroes. Antes éramos todos iguales, una manga de zánganos de Dios dominando la tierra que pisaran nuestros pies, y teníamos a sabiendas que a quien hierro mata a hierro muere, e íbamos al frente, y nuestro cuartel general estaba siempre en el frente de batalla y cuando desplegábamos las alas y atacábamos distintos puntos distantes al mismo tiempo, nuestros generales más importantes se ocupaban de que todo salga a la perfección mientras nosotros allí, al pie del cañón, dábamos la órden para ir al ataque en cualquier de aquellos distintos flancos y luchábamos cuerpo a cuerpo, como debería ser. Ahora están todos escondidos en sus refugios a kilómetros y kilómetros de distancia, apretan botones y matan a gente que nada saben de guerra... Nosotros matábamos a los niños, a las mujeres, a aquellos que ni siquiera eran guerreros, esto es cierto. Pero no lo hacíamos escondidos, dábamos las caras y hasta nosotros mismos los sacrificábamos dando honor y protección a nuestro pueblo. Todos éramos crueles y nos aceptábamos como tales, no había compasión, la compasión se transformaba en traición en un virar de espalda...
Si lo pensás, hasta Dios era cruel en esas épocas. Ahora es blando, comprensivo. Claro que Dios siempre fue el mismo y nos dejó correr a todos libres por la vida para que nosotros comprendamos la diferencia. Después de saborear el fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal, de qué servía que nos diga "... esto sí, esto no..." ya era tarde, ya empezamos a tener nuestra propia perspectiva, nuestra propia concepción de todo e hicimos lo que creímos que debíamos hacer. Al fin y al cabo, él ya había realizado su milagro, puso la maquinaria y la echó a andar, como cuando uno es padre y ve a su hijo crecer, llega el momento en que lo mira a los ojos y sabe que a partir de ahora, todo está en sus manos y que uno no puede más que contener, acompañar y compartir.
Perros son estos que escriben la historia, la escriben con la sangre de aquellos que sufren, que pierden, que no entienden el por qué de la crueldad que los azota. Aquel que no entiende es aquel que no ha vivido aquello que no entiende. Los presidentes no saben de hambre, nunca la padecieron. Los hambrientos no saben de poder, pues nunca lo tuvieron. Como pueden unos entender a los otros? Estas épocas nos han distanciado tangencialmente, todos son distintos vienen tal vez del mismo pueblo, pero según de qué parte del pueblo vengan es que sus necesidades son distintas. Antes no era así, aunque les digan que sí, yo soy de antes y antes no era de esa manera. Antes moríamos de hambre y muchos poderosos sufrimos al ver nuestras huestes debilitarse, caer, no servir para más nada, solamente de alimento para buitres u otros animales carroñeros y solitarios que daban vueltas por ahí bajo el crudo rayo del sol donde nuestras pieles se secaban y se agrietaban esperando el momento justo para blandir con el último esfuerzo la espada y matar o morir en pos de los que más amábamos.
Veo a los líderes de ahora, débiles, delicados, si ellos vivieran en las épocas que yo viví hasta la mirada de uno de mis tantos sirvientes le hubiese doblegado el espíritu, doblado su cuerpo hasta quedar de rodillas y suplicar piedad, ya no me mires más así con esa mirada. Los líderes de ahora se escudan detrás del poder que nosotros le heredamos, juegan por debajo de la mesa, cobardemente. Apostando su pueblo, su propia gente, en pos de su cuenta bancaria.
Decir que aquí, en el caos, no existe el cielo y que tarde o temprano estos que escriben la historia con la sangre de todos van a llegar donde yo estoy y voy a poder verlos a los ojos y pedirles que repitan lo que dijeron sobre mi tumba pero frente a mí, mirándome a la cara. Nunca es importante el qué se hace, lo que importa es la forma en la qué se hace. El milagro ya está hecho, la maquinaria fue puesta en marcha, lo importante ahora es la forma en que funciona todo, ya que si no funciona de la manera adecuada, el milagro prontamente encontrará su fin y Dios tendrá que ocuparse de lograr otro milagro.

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