sábado, marzo 29, 2008

El sangriento caso de Jonathan Sinclair -- Cuento

"... el verdadero amor
no es otra cosa
que el deseo inevitable de ayudar a otro
para que sea quien es..."
Saint Exupery


Debe usted detenerse Señor Sinclair, dijo la mujer desesperada apuntando su revólver a la cabeza de Sinclair. Jonathan la miró con los ojos llenos de comprensión, el caño del arma temblaba al son de los nervios de la amante que apenas podía contener sus confusiones internas. Lágrimas enormes rodaban de sus ojos por sus pómulos para morir en sus labios que se apretaban con fuerza. No lo haga inspector, por favor, no lo haga, ya se ha derramado mucha sangre inocente, no quisiera pintar aquella pared con sus sesos. Sinclair sonrió despacito, alejando la aguja de la jeringa llena de neurotoxinas del corazón del hombre que yacía en el piso con los brazos en cruz sobre el pecho. Debo hacerlo señora, si no detengo esto ahora la masacre seguirá noche tras noche, Yo puedo cambiarlo todo, gritó ella. Lo lamento Esther, pero no podrá... su marido ya no es quien usted cree, quien usted amó, él ahora es un vampiro. Pamplinas, quién es usted para juzgar mi amor, que sabe usted de él, del amor, de lo que siente mi corazón? como osa querer arrebatar la vida de un ser humano con la vil excusa que es un vampiro, los vampiros son personajes de ficción Sinclair! los vampiros no existen, no son más que una invención de un escritor de hace varios siglos atrás que publicitaba la religión católica contra el demonio y sus huestes espantando a niños y a hombres místicos e ignorantes... no me diga estupideces inspector, volvió a subir el arma apuntando otra vez directamente a la cabeza de Sinclair. Yo sé que es difícil de creer, pero mañana puede ser usted la que muera desangrada y ya será tarde para terminar con ésta locura de ficción. Usted debe tener otros intereses, mi marido no puede ser un vampiro, demuéstremelo si es que puede... Qué quiere usted que haga Esther? Yo le digo vampiros y usted se imagina muertos vivientes volando por las noches de luna llena, alérgicos al ajo, imposibilitados de ver como le queda el peinado en los espejos, o que el agua bendita o una simple cruz le dejan una cicatriz de quemadura en el cuero, o que el rayo del sol lo quema como si estuviera dentro de un horno de fundición... usted cree que los vampiros vuelan y tienen súper poderes Esther, y no es así, la verdadera historia cuenta que el conde que dio origen a la leyenda era un hombre de armas tomar, sanguinario a más no poder y que bebía la sangre de sus enemigos para atemorizar a todos aquellos que quisieran enfrentársele, de la realidad nació la leyenda Esther, debe comprender esto... Usted es un cínico Sinclair, injurió mientras sus manos temblaban descontroladas. En la oscuridad del sótano donde se encontraban, la lividez de su piel resplandecía como la de la luna llena en mitad de la oscuridad de la noche, el brazo con el que sostenía el arma a cada instante dejaba su posición amenazante y caía lánguido al costado del cuerpo, con el otro brazo se sostenía de la pared que tenía más cercana, todas las extremidades le temblaban y tartamudeaba al hablar, Con su teoría de vampiros no vampiros como me demostraría que él es uno, le sería imposible no es así? por eso quiere acabar con él! No Esther, no es eso, desde hace unos meses una secta antireligión llegó a esta ciudad, utilizaron de templo la iglesia abandonada detrás de la colina cercana al cementerio, se juntaban las noches de luna nueva, en un principio no eran más que siete hombres, los más influyentes del pueblo, tenían fiestas orgiásticas increíbles, traían una virgen de algún lado y la violaban hasta matarla, al morir drenaban su sangre y la bebían presos en un frenesí que no acababa hasta una hora antes del amanecer donde cada uno se iba a su casa con una parte distinta del cuerpo de la víctima... acaso no le pareció extraño que el día quince del mes pasado, pleno verano, usted se despertara y que el hogar a leños estuviese encendido? no le llamó la atención que su esposo después de una larga noche de supuesto trabajo llegara a la casa al amanecer y encendiera una pira? El me dijo que el fuego lo tranquilizaba, titubeó Esther un tanto desconcertada, Claro que lo tranquilizaba expiaba su culpa y su pecado transformándolo en cenizas. Esther trastabilló de la sorpresa, casi cae al suelo liviana como una pluma, anémica y blanca como una colombina. Déjelo, retroceda, no es verdad lo que me está diciendo. Mire las manos de su Esposo, las puede ver? El era contador del banco más importante del pueblo, tenía un salario bastante jugoso, me quiere decir por qué cambió dicho trabajo por el de sereno en el hospital con una paga casi paupérrima? Era muy estresante manejar dinero de otro, suspiró ella casi sin aliento... Eso es lo que él le dijo, pero no es verdad Esther, él se graduó en una de las universidades más importantes del país, era un hombre acostumbrado a dicha presión, esas cosas no le molestaban, dejó su trabajo por el vampirismo, siendo él quién era, no pasó mucho tiempo para que alguien de los que por allí se reunía en dichas orgías lo invite a participar de una, no todo era frenesí, también se atendían negocios de grandes esferas. Basta Sinclair! usted me quiere confundir, él vivía muy estresado y con el fuego se distraía! Dígame Esther por qué después de cambiar de trabajo seguía armando fogatas nocturnas? dígamelo! No lo sé Sinclair! no lo sé! sólo sé que él es un hombre tierno y amable que me cuida como si yo fuera un ángel, no se imagina lo difícil que esto resulta con mis celos, mis inseguridades y además esto que me pasa... hizo una pausa silenciosa, casi arrepentida de haber abierto la boca. Usted lo sabe? acaso usted también está metida en esto Esther? nunca se preguntó el por qué de su temblequeo y la lividez en su piel, seguramente usted era una mujer de gran porte y ahora es casi piel y hueso, se la ve débil y sin ganas, apenas tiene fuerza para hablar y es por eso que grita, por eso se tambalea de aquí para allá como un potrillo recién nacido Esther, usted está sirviendo de alimento a su marido! Ahora me acusa a mí Inspector! usted se ha vuelto loco? Acaso últimamente no se enferma más a menudo? Si, contestó en un suspiro, Acaso no hay días en los que se despierta abombada, debilitada con pequeños moretones en alguna parte de su cuerpo? Basta Sinclair! Basta nada Esther, su marido le está quitando sangre para beberla, si usted no está al tanto entonces él se le quita mientras usted duerme! vamos Esther, entiendo que el amor es ciego, pero debe abrir los ojos, debe ver y darse cuenta lo que está sucediendo, en pocos días más usted no tendrá ni un solo glóbulo blanco en su torrente sanguíneo porque no tendrá sangre en sus venas, comprendo que el corazón tiene razones que la razón no comprende, pero está llegando muy lejos. Esther cayó sentada al piso ya sin fuerzas, ni llorar podía por la debilidad que la afligía. Sinclair trató de dar un paso hacia ella pero una mano lo tomó fuertemente de la muñeca, sintió que su sangre se helaba, el hombre tendido en el piso lo asía con una fuerza descomunal y sobrehumana, Deje a mi mujer en paz! ordenó con una voz gutural y siniestra, con un mínimo movimiento arrojó a Sinclair contra la pared más lejana de aquel sótano, se estrelló contra el muro como se estrella un papelito echado al cesto de la basura, el chupasangre se puso de pie y se acercó a Esther tomándola entre sus brazos, la apretó contra su cuerpo, ella susurraba y gimoteaba mientras él la acariciaba con la mano pesada por los largos y debilitados cabellos. Sinclair se irguió tomándose la cabeza mareada por semejante golpe, tomó la jeringa y se abalanzó sobre ellos, con otro rápido movimiento de mano el hematofago lo tomó por el cuello y el investigador quedó atrapado por esa mano que lo apretaba como si la misma fuera una morsa, con Sinclair tomado por el cuello se puso de pie arrebatándole la jeringa de la mano para hacerla trizas apretándola apenas. El rostro de Sinclair comenzó a ponerse morado por las asfixia y sus piernas pataleaban en el aire tratando de asestar algún puntapié en la entrepierna de la bestia vampirezca, pero cada patada que daba no surtía el efecto necesario y parecía dar cada vez más fuerza a la bestia que albergaba aquel hombre, éste comenzó a acercar el cuello del investigador a su boca, los ojos de Sinclair se dieron vuelta y todo se volvió oscuro, sintió un pinchazo en la carne y pronto sus energías comenzaron a declinar, sentía que la vida se le iría en un próximo suspiro. Escuchó un estallido, una explosión de pólvora, la presión en su cuello cedió y mientras caía al piso pudo tomar una interminable bocanada de aire. Levantó la cabeza y pudo ver con sus ojos al hombre vampiro darse vuelta sobre su cintura y mirar a su amada Esther, sorprendido. Ella aún sostenía el arma que humeaba por su tiro letal que había penetrado en el pecho del hombre que se tapaba el agujero provocado por la bala y llevaba su mano ensangrentada a sus labios y se esparcía la sangre por la boca, y sonreía extasiado por un extraño placer que le recorría por la espina. Esther se le acercó con lo último que le quedaba de fuerzas y lo abrazó dulcemente, él embebió los labios de su amada con su propia sangre y se besaron apasionadamente. Doce minutos es lo que tarda comúnmente un hombre en morir cuando se desangra, pueden pensar que esto es poco tiempo o mucho, todo depende, en su caso esos doce minutos no existieron ya que tardó más de media hora en dar su último suspiro. La buena de Esther murió antes que él, al escapar de sus labios su último adiós, él acarició la lívida palidez de su rostro con lágrimas en los ojos. Sinclair ya recuperado se acuclilló cercano, ya no había nada que hacer ni que temer, la muerte del hombre era inminente. Que no se sepa nada de esto Sinclair, que el nombre de mi mujer quede limpio de cualquier perjurio, me volví un adicto al consumo de sangre, por eso dejé mi trabajo y tomé el del Hospital, no quería pertenecer a esa secta de sádicos que violaban y ultrajaban a pobres niñas, pero ya era tarde cuando lo decidí, la necesidad de beber sangre me llevó a robar las donaciones que allí se guardaban y cuando caí bajo sospecha, comencé a drenar la sangre de mi mujer, noche tras noche, hasta dejarla casi muerta, así de seca como la ve. Yo maté a mi mujer Sinclair, así como a un par de jóvenes y niñas de los poblados cercanos. Queme mi cuerpo y entierre mi nombre, pero haga saber la historia de Esther, haga saber que ella no tenía nada que ver con esto, que si no hubiera sido por ella yo lo hubiese matado a usted y vaya Dios a saber a cuánta gente más. Cuente que Esther le salvó la vida, a usted, a muchos más que a usted, y por favor diga que también salvó la mía. Sinclair acarició el cabello del hombre, lo tomó por las axilas y lo acercó aún más al cadáver de su difunta esposa. No tema, su nombre y el de Esther quedarán limpios, ya tenemos la lista de los hombres que asesinaron y ultrajaron tantas niñas, sé que usted no es un santo, pero entiendo también que siente arrepentimiento en su corazón, espero por su alma que Esther interceda por usted, cuando sea el momento en que Dios, juzgue su destino.

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