domingo, marzo 16, 2008

El feroz caso de Jonathan Sinclair -- Cuento

Una noche del mes pasado fue cuando comenzó a suceder todo, la recuerdo porque un circo llegaba al pueblo cercano. A partir de esa noche una catástrofe tras otra comenzaron a sucederse. Mi mujer, que en paz descanse, tuvo un tremendo problema es sus ovarios de jovencita, por lo que le fueron extirpados y nunca tuvimos hijos, claro que pensamos en adoptar, pero entendimos que si Dios no da, por algo será. Igualmente, como información aparte, nos encargábamos de dar de comer o dar trabajo a los niños de por aquí cerca que estaban un poco más carenciados. Mirta, mi difunta esposa, los pasaba a buscar por sus casas y los llevaba a la escuelita rural dónde los educaba. Juntos hacíamos el trabajo en el campo. Ella enseñaba por la mañana, y a la tarde ya estaba sobre algún corcel arriando el ganado o mismo, delimitando el campo... siempre hay algún bribón que rompe el alambrado. Colectaba los huevos de las gallinas, preparaba la huerta y cualquier cosa que estuviera ya madura era nuestra cena, cuando carneábamos algún animal nos dábamos un merecido festín. Eramos muy felices juntos, disfrutábamos de una vida plena llena de amor y compañía, la gente de alrededor nos quiere mucho; cuando caímos en desgracia nos ayudaron con toda la buena voluntad del mundo, en una sequía fuerte que hubo hace dos años, estuvimos todos al borde de la quiebra. Pero nos organizamos y entre todos salimos adelante, imagine cientos de personas trabajando juntas con un mismo fin común. Sentimos la utopía del mundo perfecto florecer. Bien sabe que dicen que no hay mal que dure cien años, y así fue, tal vez Dios conforme con nuestra actuación de buenos parroquianos y seres humanos cooperativos, nos dio en un guiño, al año siguiente, la mejor de las crías, de las cosechas, no hubo plagas ni aves que destrozarán nuestros sembradíos, imagínese lo extraño que el año pasado fue, que el gato estaba aburrido por la falta de ratones y el pobre no tenía que cazar. Imagine semejante milagro! En medio del campo ni un solo ratón acechaba los silos desbordados de comida. Empezó el año y todos en la abundancia seguimos compartiendo y distribuyendo de tal forma que se crearon más trabajos y la economía de los alrededores comenzó a crecer de manera descomunal. No había celos ni molestias, un gran equipo de distintas cabezas iba avanzando hacia un estándar de vida mejorado. Imagínese como habrá sido el crecimiento, que hace un mes un circo llegó al pueblo. Un circo! Puede usted imaginar eso Sinclair? A este pueblo no venía si quiera el recaudador de impuestos hace veinte años atrás... pero el año pasado comenzaron a llegar. Hasta en el banco pusieron una caja fuerte! Se imagina? Sepa disculpar mi sorpresa y mi repetición en ésta, tal vez usted esté acostumbrado a circos en su pueblo y cajas fuertes en los bancos y hasta tal vez a más cosas de esas, pero aquí... Aquí apenas conocemos nuestras caras y la del señor que maneja el camión que viene una vez al mes a recolectar las cosechas, los granos y las bestias vivas para ser carneadas y comidas en los pueblos y ciudades importantes de los lejanos alrededores. Aquí no existían esas cosas, imagínese que el señor del camión necesitó comprarse tres camiones más para cubrir la semejante oferta que con estos años de abundancia nos bendecían. Recuerdo la noche en que el circo abrió sus puertas, en medio de la nada se erigía una carpa gigantesca, magnífica, llena de fieros animales, había todo tipo de cosas que parecían llegar de otro planeta, hombres increíblemente grandes y musculosos, hombres tan pequeñitos que parecían niños, mujeres peludas, seres con rostros deformes encerrados en jaulas de gruesos barrotes de hierro, animales de todo tipo, de los que algunos apenas puedo recordar el nombre... Había elefantes, unos caballos con cuellos excesivamente largos, otros bellamente vestidos con rayas blancas y negras; ñandúes negros y blancos pero de un tamaño descomunal, gatos enormes con una melena tremenda, lagartos gigantes con feroces dientes; perros de gran bravura y un tamaño abominable, quitaban el aliento tan sólo al verlos... No sé si le conté, pero esa noche, cuando el circo abrió sus puertas había un algo extraño flotando en el aire, un clima denso que podría cortarse con una navaja. Yo soy un hombre supersticioso, pero esa noche de luna llena le atribuí el problema que nos circundaba a la expectativa que el circo había generado entre las gentes de los alrededores. Todos estábamos queriendo ver de cerca a esas bestias que habían desfilado dentro de las jaulas. Sabíamos que esos hombres bravos se encerraban con las mismas y las hacía cumplir trucos, y las trataban como si fueran mansas mascotas...
La luna estaba en lo alto, iluminaba todo, uno podía ver a más de un kilómetro de distancia sin forzar la vista siquiera. Por lo que con Mirta decidimos ir al espectáculo caminando y aprovechar de la hermosa noche estrellada que bailaba en lo alto esa noche. Después de unos kilómetros de caminata, comenzamos a notar que el aire estaba teñido por un suave aroma a tierra húmeda. Nos miramos en la oscuridad y nos sonreímos, ella y yo nos prometimos eterno amor en una noche del mes de Enero muchísimos años atrás cuando una lluvia impertinente y sin permiso nos aguó un picnic en la mitad de la nada. Cómo y cuánto que reímos esa noche Sinclair, tanto así, que cada noche de lluvia nos amábamos con cada mirada que nos regalábamos, con cada palabra que nos decíamos, con cada caricia que nos dábamos profesábamos y prometíamos el amor, como aquella noche de Enero hace tantos tiempos atrás. En fin... como le contaba, el cielo seguía puramente despejado, ni una nube manchaba su virginal infinidad, sin embargo, el aroma a tierra húmeda siempre pregona tormenta. Soy hombre de campo Sinclair, las tormentas no me asustan ni amedrentan, pero si hubiera sabido el costo a pagar por dicho hecho, la hubiese tomado a Mirta de la mano y la hubiese hecho regresar a la casa. Esa noche la tormenta me arrebató el amor de mi lado, roció mi corazón con tal amargura que hoy me ve aquí tendido, sin ganas, sin fuerzas, desesperado, desesperanzado. No me levanto de esta cama desde hace unos días, tan terrible fue lo sucedido en aquella luna llena que siento no dormir en paz nunca, todas las noches vivo salvajes pesadillas y cada mañana me despierto cansado como si hubiera corrido por todos lados, con rasguños... hay veces que tengo heridas en carne viva, las manos ensangrentadas, barro en los pies, en el cuerpo... No me muevo de aquí desde que me arrebataron todo, porque no solo se llevaron a Mirta, me arrebataron todo... malditos. Sinclair interrumpió por primera vez el relato de este triste hombre con el corazón diezmado. Malditos? quiénes malditos? desde esa noche que usted no se mueve de esta cama? acaso no come? no bebe? no va al baño? cómo es que tiene todo su cuerpo con esas costras de tierra seca si usted no se mueve de aquí? quién se encarga de sus animales, de su granja, de su huerta? qué fue lo que sucedió esa noche? quiénes malditos? dónde está el gato? El hombre dio un largo suspiro y coartó de caer al suelo una lágrima que había escapado de su corazón partido. Ellos malditos, esos que llegaron para aprovechar de nuestra abundancia, trajeron la maldición a mi campo, a mi vida, a mis animales, a mi amor... Sucedió que al faltar un kilómetro para llegar a la carpa se desató un viento muy violento que azotaba como si fuera un ciclón. Cuando usted venía habrá notado que no hay muchos lugares donde repararse del viento, hay en algún que otro lugar un monte pobremente poblado de árboles y después kilómetros y kilómetros de tierra cultivada o para pastoreo y nada más.
Imagine la fuerza que tenía el vendaval que la pobre Mirta cayó al suelo sentada, me agaché rápidamente con tal de no ser arrojado como mi esposa, y me así firmemente de unas pasturas que estaban por allí, le juro Sinclair que si no hubiera sido por eso, me hubiera volado unos metros hacia atrás, figúrese que tuve que tomar la mano de Mirta ya que ella se deslizaba hacia donde soplaba el viento con una velocidad casi increíble. En ese momento, en el que nos tomábamos del piso para no volarnos... se comenzaron a escuchar unos sonidos terribles, al principio creí que era el cielo tronando, pero no había luces de relámpagos (todavía), cosa que llamó levemente mi atención ya que un sonido infernal como el grito de una bestia desesperada, se oyó retumbando por todos lados. A pocos metros un elefante pasaba rodando arrastrado por el viento... miré hacia arriba queriendo elevar una plegaria y fue cuando vi la enorme carpa elevándose hacia cielo cubierto por nubes negras que se erguían hacia el infinito con relámpagos internos. Dios parecía enfurecido o tal vez la furia le pertenecía a Satanás y la descargaba sobre la comunidad perfecta, yo no lo sé. Lo cierto es que del cielo comenzó a caer granizo, las bolas de hielo tenían el tamaño de una pelota de tenis; viera con que furia golpeaban, caían fortísimo rompiendo todo lo que tocaran. El viento amainó bastante, pero viera usted qué espectáculo... Las rejas de las jaulas del circo se encontraban desparramadas por todos lados cerca nuestro, si no puede imaginar la magnífica situación es porque no recuerda que nos faltaba un trecho bastante largo para llegar al circo, que esas rejas estuvieran ahí, que el elefante rodara por el campo como una pelusa ante una brisa, era algo sobrenatural Sinclair. Tan fuerte caían las bolas de hielo que una dio en el brazo de Mirta quebrándolo en tres partes, puede usted creer, se escuchó el furioso crack de la rotura, desconcertado la tomé de la otra mano y la obligué a correr junto a mi, refugiándola con mi cuerpo, cubriéndola de los golpes de los pedazos de hielo que me iban cayendo en la espalda como garrotazos. A metros de llegar al monte, donde bajo unos árboles encontraríamos refugio, tuve la mala suerte de que una bola de hielo me diera justo en la pantorrilla con tal fuerza que me quebró la tibia y el peroné. Mirta con una mano y yo con una pierna, tamaña desdicha, trate de imaginarse ese cuadro dentro de una tormenta furibunda de viento y hielos asesinos viniendo del cielo. Por fin llegamos al resguardo de los árboles al tiempo en que el hielo se transformaba en agua. Parecíamos estar detrás de una catarata, no podíamos ver que sucedía fuera del monte ya que una cortina blanca de agua caía continua, constante, sonante. Poco a poco se iban formando grandes estanques de agua. Nos abrazamos con Mirta y lloramos tristes, asustados, parecía una maldición pergeñada por algún ser maligno. No sé cuanto tiempo pasó de esa lluvia terrible, de ese diluvio, temimos morir ahogados. Lo que sí recuerdo, es que después que paró la lluvia, las nubes parecieron bajar del cielo hacia el mismo suelo, una niebla densa y blanca se asentaba hasta la altura de nuestra cintura. La luna volvía a iluminarlo todo y las estrellas seguían titilando allí como si nada pasara. Hacía un frío espectral, casi sepulcral, nunca hizo tanto frío por estas tierras. Mirta me cargó en su hombro, en el que tenía bueno, y comenzamos a regresar a casa para darnos primeros auxilios, tanto ella como yo sabíamos de estas cosas. Fue terrible el camino de regreso, la niebla no dejaba ver el suelo donde pisábamos, sumarle a esto mi pierna quebrada, y le dará como resultado que estábamos en el suelo cada tres pasos. No sé si fue el dolor o qué, pero creo haber visto los ojos de Lucifer en el medio de la nada, dos pares aquí, otros dos pares allá, y otros dos... nos quedamos congelados de temor viendo como nos miraban y hacían ruidos y gruñidos extraños, de pronto y por sorpresa algo cayó sobre mi espalda y me desplomé aturdido. Traté de erguirme pero en el momento que lo hacía, escuché a mi amada dando el grito más desgarrador que oí en mi vida, mucho más terrible que el barritar de aquel elefante cuando el viento lo arrastraba. Entre la niebla apenas pude ver sus pies pataleando como locos, salvajes, en un frenesí fuera de lo normal, de lo natural pero súbitamente quedaron quietos, tiesos y al instante empezaron a alejarse suavemente perdiéndose en la espesura de la niebla. Me arrastré hacia allí, hacia ella. Una figura negra de cuatro patas apareció ante mi, como una sombra, de la nada. Tenía los ojos iluminados vaya el demonio a saber por qué, se abalanzó sobre mi con las fauces abiertas y ensangrentadas, mordió mi mano la cual había levantado tratando de frenar su feroz embestida, se escuchó un estallido y el cánido cuadrúpedo salió corriendo herido entre las sombras. Esa fue la última imagen que recuerdo, ya que después perdí el conocimiento y no me desperté hasta tres días después en una cama de la salita sanitaria que tiene el pueblo... Qué pasó? Cómo llegó ahí? El dueño del circo con los domadores, apenas se desató la tormenta, comenzaron a asegurar a sus animales, pero algunas de las jaulas cedieron y muchos escaparon, pudieron recuperar vivos a la mayoría. El pueblo entero ayudó en dicha proeza, yo no, yo aún estaba sin sentido. Y su mujer? Mi mujer fue hallada muerta, masticada por animales salvajes, perros seguramente... yo me salvé de milagro. Su gato? Salió a las corridas cuando me vio regresar, fue lo primero que hizo al verme, aún no regresa... Quién cuida de sus animales ahora? Nadie, poco a poco desde aquella noche que fueron desapareciendo misteriosamente, por eso es que hace ya no me muevo de aquí, mi mujer ha muerto y mi ganado ha desparecido por completo, ya no tengo nada que cuidar, prefiero dejarme morir. Usted dijo que se quebró y que ésto pasó hace menos de un mes... dónde está su yeso? Me lo quitaron, soy joven y fuerte, sano rápidamente. Sinclair se puso de pie, se acercó al borde de la cama e inspeccionó los ojos del hombre, se sentó en el borde del colchón, inspeccionó el piso de tierra, dio tres pasos largos y llegó a la ventana que daba hacia afuera, se asomó por la misma, una brisa suave y cálida le acarició el rostro... estaba por atardecer, la luna pronto comenzaría a dibujarse en el cielo y la noche llenaría de su magia el horizonte, los campos. Sinclair se acercó al hombre, metió la mano debajo de su brazo sacando de allí un tres cincuenta y siete magnum, de otro bolsillo sacó una bala que brillaba como la plata, la metió dentro del tambor y se la acercó al hombre. Si usted quiere acabar con su vida, hágalo ya mismo. Usted cree que debo hacerlo? Lamento informarle que usted no es joven y fuerte, lo suyo es más terrible y oscuro aún, figúrese que desde hace quince días que usted no come ni bebe nada, tampoco sacía sus necesidades, no hay olor a orines ni a excremento en la habitación, por lo que usted aquí adentro no excreta ninguna de sus necesidades, que no coma vaya y pase, pero que no beba, el agua es lo que nos mantiene cuerdos y vivos, la falta de hidratación ya debería haberlo vuelto loco, sin embargo a pesar de querer morir le puedo asegurar que usted no está loco, y extrañamente, tampoco está deshidratado, las pupilas no mienten. Su gato salió corriendo apenas lo vio volver, su ganado fue desapareciendo poco a poco, duerme pero amanece cansado, ensangrentado y herido, pero no tiene ninguna de esas heridas a la vista. Lamento informarle señor que el motivo de todo esto es que usted es un licántropo, si dentro de las tres horas que estan por pasar no se vuela los sesos con esa bala de plata que le he dado, pronto va a estar cenando a todos aquellos con los que experimentó la bendición de la abundancia. Yo le recomiendo empezar a escribir su despedida cuanto antes, el sol ya está casi por terminar de ponerse y la luna llena comenzará a brillar en lo alto cuanto antes.

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